Con la ilusión de ascender en bicicleta desde Mariquita Tolima hasta el Alto de Letras, el denominado: "Puerto de montaña más largo del mundo", un grupo de 20 aficionados al ciclismo nos embarcamos desde varias poblaciones del Valle del Cauca en la buseta conducida por mi amigo Diego y viajamos por más de 10 horas enfrentando condiciones climáticas adversas, hasta llegar al kilómetro cero de nuestra aventura, en tan sonora población tolimense.
Eran las 11 de la noche del sábado 25 de febrero cuando legamos a la cálida Mariquita e Ivancho, un compañero de muchas aventuras, había viajado días antes desde Cartagena de Indias, para apoyar con la logística; eso facilitó nuestra acomodación en el Hotel.
Entre acondicionar bicicletas, comer algo ligero antes de dormir, aprontar el equipamiento para el reto del día siguiente y la improvisada charla técnica, se hizo la una de la mañana. A pesar de la ducha (que daba la impresión de bañarse con un consomé), el calor en la habitación, un plástico sonoro que cubría el colchón de mi cama y los impertinentes gritos de quienes llegaban a buscar hospedaje, solamente pude dormir 20 minutos fraccionados en numerosos instantes hasta las 4 a.m. A esa hora me levanté, me di otra ducha, me puse el uniforme de ciclismo y como un campanero rondé a mis compañeros para que estuvieran listos también. Tenía claro que entre más temprano saliéramos, más probabilidades de cumplir la meta tendríamos. Todos listos, nos cargamos de energía con un desayuno de huevos revueltos y bebida achocolatada, para emprender el ascenso con el alba de las 5:50 a.m.
Desde el fin de semana anterior un malestar gripal impedía realizar mis entrenamientos al 100%, tanto que ésta desencadenó en una laringitis que para efectos prácticos me generó disfonía. Hice todo lo posible por cuidarme, pero no alcancé a recuperarme, de todas maneras emprendí el reto, con la intensión de subirme a la buseta en cuanto el cuerpo no respondiera; debía ser responsable con mi salud.
Desde los primeros metros sentimos el ascenso; una inclinación del casi 7% hacía bailar sobre los pedales a mis compañeros, quienes repetían una y otra vez que debíamos ser conservadores, eran más de 80 kilómetros y no podíamos desgastarnos desde el principio. Mientras intentábamos llevar una cadencia constante, a lado y lado de la carretera los habitantes de la zona desarrollaban sus actividades normales: el ordeño de las vacas, el pasteo del ganado, la venta de frutas y golosinas para los turistas.
Todo el camino nos guiamos con el mapa de la altimetría que nos indicaba el porcentaje de elevación y los kilómetros de ascenso continuo entre los puntos de descensos. Los descensos encontrados en el trayecto no eran prolongados, pero su longitud era suficiente para tomar un nuevo aire y emprender el siguiente tramo hacia arriba.
Después del primer descenso un grupo de ciclistas de Mariquita nos conectaron y mientras imponían un ritmo fuerte nos explicaban las características de la ruta que estábamos haciendo, pues ellos cada mes la realizan ida y vuelta como un ritual. Mis compañeros sí pudieron continuar a la velocidad de los mariquiteños, yo por el contrario, los veía alejarse mientras grababa los paisajes y tramos del recorrido para la crónica en video.
Todo el camino nos guiamos con el mapa de la altimetría que nos indicaba el porcentaje de elevación y los kilómetros de ascenso continuo entre los puntos de descensos. Los descensos encontrados en el trayecto no eran prolongados, pero su longitud era suficiente para tomar un nuevo aire y emprender el siguiente tramo hacia arriba.
Mapa que nos sirvió de guía para analizar la Altimetría y distancia del recorrido |
Cerca de 25 kilómetros después del punto de partida empezamos a ver numerosos letreros que nos daban la bienvenida el municipio Fresno, lugar que habíamos marcado como punto de encuentro de todos los corredores. En ese momento hicimos el análisis de tiempos y concluimos que la diferencia era de casi dos horas entre los primeros y los últimos, por lo que decidimos agruparnos según el nivel de desempeño y continuar con estrategias diferentes hasta la meta, de lo contrario no lograríamos coronar el Alto. En esta aventura, por asuntos laborales, pusimos un tiempo límite en la que nos recogería la buseta a quienes estuviéramos lejos de la meta.
De esa manera continuamos a nuestro ritmo, tratando de llegar antes del corte (que el "Carro Escoba" empezara a recoger ciclistas). Los paisajes eran motivadores al igual que las personas, sobretodo los niños quienes desde el patio de sus casas nos aplaudían como si fuéramos profesionales y nos gritaban para que les lanzáramos la caramañola con la poca bebida isotónica que llevábamos para hidratar. Cerca de 15 kilómetros después de Fresno, nos confundimos entre un tumulto de personas alegres que departían con música popular a alto volumen y cervezas en la mano a lo largo de la calle principal de Padua. Era un típico día de mercado en este movido corregimiento perteneciente al municipio de Herveo.
Seguimos alrededor de 10 km más hasta un punto llamado Artesanías Colombianas. A lo largo de nuestro recorrido hacíamos paradas técnicas frecuentes para tomar fotos e impulsarnos de nuevo, dividiendo la meta en varios objetivos para poder reagruparnos y llegar juntos; eso servía de moral para cada uno. Y en ese momento, aunque mis fuerzas se ausentaban, ya había cambiado de parecer ante el deseo inicial de subirme a la buseta cuando me sintiera mal, pues en mi mente hacia cálculos y sabía que solamente debía contar 30 postes de kilometraje hasta llegar a Letras.
Nuestros medidores indicaban que la distancia recorrida hasta el momento eran 60 km, en ese momento aprovechamos para ingerir un consomé (lo único que vendían a esa hora) en el restaurante de un caserío llamado Las Delgaditas y que se encontraba al terminar el penúltimo descenso. A partir de ese momento nos esperaban 14 kilómetros con una pendiente de casi 7% que lo afrontamos en dos fracciones iguales. Desde ese momento con más de ganas que fuerzas decidí despegarme del grupo y emprender con José a un ritmo mayor, el remate de la aventura.
Estábamos a una hora del corte y el cuerpo empezaba a cobrarme factura del desgaste y del consumo de medicamentos en los últimos días. Sentí el pito del carro acompañante y a mis amigos gritando con la mano estirada intentando pasarme agua o frutas; parecía estar viviendo en una de esas etapas del Tour que suelo ver en televisión. Al pasar los minutos y con el carro detenido, mis compañeros expresaban a viva voz frases motivadoras porque restaban 5 agónicos kilómetros hasta la meta. Yo, sin líquido en mi botella, me detuve para pedir hidratación urgente, por lo que Leidy mi fisioterapeuta y también deportista me dio un poco de su bebida y me hizo un estudio fotográfico en las peores condiciones. Es bueno tener esos recuerdos, para sustentar en los retos futuros, que aquellos malos y buenos momentos son pasajeros, por lo que debemos disfrutar del camino, cuando estemos corriendo por nuestros sueños.
Y el corte llegó, ya era hora de ser recogido por el "Carro Escoba", pero con lágrimas en los ojos a solo 3 kilómetros de cumplir mi cometido y casi sin poder hablar, trataba de expresar que me dejaran llegar y, así lo entendieron. El carro se adelantó para ir acomodando en la parrilla, las bicicletas de quienes habían llegado una, dos y hasta tres horas antes. Nunca había llorado tanto como ese día, pues en aquel grupo de ciclistas estaban personas que dudaban de sus capacidades para llegar, a quienes les habían dicho que para nosotros era imposible hacer la etapa en un solo día y, a pesar de eso creyeron que sí era posible y escucharon su corazón; suena romántico y hasta cursi, pero ¿qué es la vida sin pasión? Ese desliz de gotas saladas por mi mejilla, eran el resultado de la alegría que sentía, porque los chicos ahora están convencidos de que son capaces de llegar a donde quieran si se preparan para ello y cada vez será más difícil convencerlos de lo contrario.
Llegamos al Alto de Letras y las fotos no se hicieron esperar, una aventura como esas se puede hacer en cualquier momento, porque la ruta siempre está, pero no siempre coincidimos con tantos locos para emprenderla juntos. Y como dirían los cuentos al final: colorín colorado, el puerto de montaña más largo del mundo, se ha coronado.
Disfruta de nuestra crónica en video.
WILSON MARTÍNEZ
@MiProfeWilson
Seguimos alrededor de 10 km más hasta un punto llamado Artesanías Colombianas. A lo largo de nuestro recorrido hacíamos paradas técnicas frecuentes para tomar fotos e impulsarnos de nuevo, dividiendo la meta en varios objetivos para poder reagruparnos y llegar juntos; eso servía de moral para cada uno. Y en ese momento, aunque mis fuerzas se ausentaban, ya había cambiado de parecer ante el deseo inicial de subirme a la buseta cuando me sintiera mal, pues en mi mente hacia cálculos y sabía que solamente debía contar 30 postes de kilometraje hasta llegar a Letras.
Nuestros medidores indicaban que la distancia recorrida hasta el momento eran 60 km, en ese momento aprovechamos para ingerir un consomé (lo único que vendían a esa hora) en el restaurante de un caserío llamado Las Delgaditas y que se encontraba al terminar el penúltimo descenso. A partir de ese momento nos esperaban 14 kilómetros con una pendiente de casi 7% que lo afrontamos en dos fracciones iguales. Desde ese momento con más de ganas que fuerzas decidí despegarme del grupo y emprender con José a un ritmo mayor, el remate de la aventura.
Estábamos a una hora del corte y el cuerpo empezaba a cobrarme factura del desgaste y del consumo de medicamentos en los últimos días. Sentí el pito del carro acompañante y a mis amigos gritando con la mano estirada intentando pasarme agua o frutas; parecía estar viviendo en una de esas etapas del Tour que suelo ver en televisión. Al pasar los minutos y con el carro detenido, mis compañeros expresaban a viva voz frases motivadoras porque restaban 5 agónicos kilómetros hasta la meta. Yo, sin líquido en mi botella, me detuve para pedir hidratación urgente, por lo que Leidy mi fisioterapeuta y también deportista me dio un poco de su bebida y me hizo un estudio fotográfico en las peores condiciones. Es bueno tener esos recuerdos, para sustentar en los retos futuros, que aquellos malos y buenos momentos son pasajeros, por lo que debemos disfrutar del camino, cuando estemos corriendo por nuestros sueños.
Y el corte llegó, ya era hora de ser recogido por el "Carro Escoba", pero con lágrimas en los ojos a solo 3 kilómetros de cumplir mi cometido y casi sin poder hablar, trataba de expresar que me dejaran llegar y, así lo entendieron. El carro se adelantó para ir acomodando en la parrilla, las bicicletas de quienes habían llegado una, dos y hasta tres horas antes. Nunca había llorado tanto como ese día, pues en aquel grupo de ciclistas estaban personas que dudaban de sus capacidades para llegar, a quienes les habían dicho que para nosotros era imposible hacer la etapa en un solo día y, a pesar de eso creyeron que sí era posible y escucharon su corazón; suena romántico y hasta cursi, pero ¿qué es la vida sin pasión? Ese desliz de gotas saladas por mi mejilla, eran el resultado de la alegría que sentía, porque los chicos ahora están convencidos de que son capaces de llegar a donde quieran si se preparan para ello y cada vez será más difícil convencerlos de lo contrario.
Disfruta de nuestra crónica en video.
WILSON MARTÍNEZ
@MiProfeWilson
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